Ella
era hermosa. Joven, de infinitos cabellos oscuros, piel verdosa y orejas
puntiagudas. La más bella de todas las criaturas élficas.
Erza paseaba sola en su
retirado hogar, un enorme y místico bosque cuya existencia era conocida por muy
pocos. Era tan amplio que parecía infinito, teñido de colores fríos y sobretodo
muy frondoso, dado que ella dedicaba gran parte de su tiempo a cuidar de él. A
medida que andaba, sus caderas trazaban una perfecta silueta entre los árboles,
que la observaban silenciosamente sin articular palabra. Sabían que ella no
tenía ganas de hablar, y mucho menos, de suplicar ayuda a nadie. Como todos los
días de su monótona vida.
Se
asomó al lago para ver su rostro. Sus cejas curvilíneas, nariz chata y labios
carnosos se deformaban con el sutil movimiento del agua.
-Mi
destino, mi propio ser.- Musitó acariciando su reflejo.
-¿Tan
segura estás de ello?
Erza
se irguió de inmediato. Desconocía aquella voz.
-¿Quién
osa entrometerse en mis pensamientos?- Preguntó al aire con los puños prietos, dispuesta
a reaccionar ante la más mínima señal.
Fue
cuando oyó un extraño pero breve ruido que liberó la magia de sus manos. Una
potente ráfaga de fuego destruyó la planta de la cual había provenido el
sospechoso. Un joven alado de piel morena y torso desnudo, cuya mirada azul
penetró en la de la elfa.
-No
uséis vuestros poderes. No malgastéis valiosas energías en lo que es
inevitable.- Dijo él.
-Sólo
sois uno más.- Respondió Erza retrocediendo un paso.- Si me besáis,
abandonaréis la vida.
El
joven hizo caso omiso. Seguro de sus actos, usó su magia feérica para atraer a
la elfa hacia sí.
-¿Cómo
os atrevéis? ¡Alejaos de mí, misteriosa criatura!- Exclamó ella.- ¿O es que la
muerte es vuestro deseo?
-Mi
deseo sois vos.
Erza
se ruborizó. De todos los seres machos que habían reunido el valor suficiente
para ir a conquistarla, fueran humanos o criaturas místicas, él fue el que le
pareció más sincero. Honesto, valiente, y muy atractivo. ¿Habrá llegado el momento? ¿Será él quien termine con mi soledad? Se preguntaba en sus pensamientos.
-Todo
ser masculino cuyos labios se atrevan a encontrarse con los vuestros, morirá
sin piedad.- Comenzó a narrar el joven alado.- Sin embargo, cuando sea el
adecuado quien lo haga…
Y
la besó. Fueron cinco plácidos segundos, dulces y sinceros. Erza se sintió por
un momento la elfa más feliz del mundo entero. Los árboles observaron la escena
con suma emoción, pero entristecidos al mismo tiempo. Sabían lo que iba a
ocurrir, incluso antes de que el joven terminara la frase.
-…seréis
vos quien deje este bosque.
Erza
sintió una punzada en el corazón. Una herida cada vez más fuerte, más
dolorosa…hasta que se hizo insoportable. Tanto, que su hermoso cuerpo se volvió
inerte y cayó al suelo. Poco a poco, éste fue reduciéndose en cenizas.
El
joven esperó unos instantes. No se alargó demasiado, puesto que los hechos no
habían terminado aún. Para la bonita elfa, morir no significaba el final.
-Tras
vuestra muerte, resurgiréis de vuestras propias cenizas para hacer realidad lo
que más ansiáis.
Y
así se hizo. La figura de Erza fue recomponiéndose paulatinamente de aquel
polvo gris en el que se había convertido. Acto seguido, de nuevo en vida,
agarró las grandes y fuertes manos de su amado, buscando en ellas la protección
y felicidad del amor eterno.
-De
este modo, descubriréis vuestras verdaderas raíces.
Ambos
conectaron sus miradas. Él acarició el rostro de ella con delicadeza, con el cuidado
que merecía esa hermosa criatura.
-Joven
Erza…- Musitó el joven, fascinado por tenerla en sus brazos.
Sonrieron,
disfrutaron de la felicidad de amar y ser correspondido. Al unísono, marcaron
el punto y final de la leyenda ya cumplida.
-…de
madre elfa, y padre fénix.
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